martes, mayo 30, 2006

Indicios que marcan que has estado fuera de casa durante mucho tiempo:

1. Es difícil encontrar los interruptores para encender la luz.

2. Se te olvida la edad de tus hermanos.

3. Cuando te bañas, el agua te sabe rara.

4. Cuando te bañas, ya no sabes calcular bien el tiempo que dura el agua caliente.

5. Te das cuenda de que nunca extrañaste la banda de guerra que toca los lunes a las cuatro de la tarde. Imposible leer.

6. Se te olvida cuál de todas es la llave de la entrada principal.

7. Ordenan tus libros por tamaños. (no es que estuvieran en desorden, estaban ordenados de acuerdo a la nacionalidad del autor)

8. No soportas el clima.

9. Estornudas mucho.

10. Desconoces el sabor de tu alacena en el cereal de la mañana.

domingo, mayo 28, 2006

Puestas en escena

En el escenario sólo había una silla. Luces de noche. Frases encabalgadas de un personaje, de otro, de otro. Toda la escena está lógicamente fragmentada. Entonces llega el estruendo de un gran salto y no puedo verle la cara al hombre que lo dió. Los zapatos que estrellaste contra el piso, las caderas que clavaste en el tiempo, los ojos con los que te tragaste la luz. Nunca tu cara. El ruido vino cargado de realidad. Todos los personajes se habían ido. La lógica se rompe como un vaso.

Ese se parecía a Rodo.

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“¿te acuerdas de mi?
Silencio. La función ha terminado. Las criadas se quitan los refajos, los galanes nostálgicos frente al espejo. La gente anda, las luces están prendidas. Gaby, la prima de Javier Cardín, mi ex, vuelve a los camerinos. Yo quiero irme, pero algo en la forma de sus ojos me retiene.
“¿En serio no te acuerdas de mi?
Sonrío. Más silencio. Quiero que esta función termine. Tal vez me confunde. Hay que ir por las flores, hay que devolver las camisas prestadas. Mucho que hacer detrás de telón. Pero ahora estamos con este hombre y no sabemos quién es. Tal vez si se pone una camisa y va por unas flores y abre el telón, me dejaría ciega. Entonces la función sería excelente.
“Soy Javier.
Ahí va la lógica otra vez a quebrarse con su nombre al descubierto. El corazón como sapo hinchado. El corazón como sapo muerto. Son los mismos ojos pero más claros. Es el mismo cabello pero más lacio. El mismo nombre pero con otro contexto. Otro contexto que hace otro nombre: fuimos en la primaria juntos.
“Eres Lamélas ¿verdad?
Casi siento vergüenza de haber sido tan niña que se le acelera la sangre frente a la suposición amarga. Cardín nunca fue conmigo en la primaria. Cardín nunca vivió en mi misma cuidad. Cardín nunca, nunca.

Se parecía a Javier.

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El camino de regreso. Él aún traia el vestuario de El Galán de Ultramar: saco negro. Era de noche y hacía calor. No hace falta decir todo lo que dijimos porque no es importante. Sólo importa que tenía la piel muy blanca, ojos miel, cabello castaño y vestido de negro. No era él. Era un referente.

Increíblemente, mencionó algo de literatura Rusa. Como Beto. Y cuando le dije Tolstoi o Dostoievski, dijo que eran demasiado clásicos para leerse Y sin querer –¡juro que sin querer!– le pregunté si le gustaba el jazz. Como a Beto. Y él dijo “rock jazz” Por eso no es importante lo que dijimos. Porque me rompen la imagen. Y Beto ahora está muchos kilómetros lejos de Tampico y muchos kilómetros lejos de moverme el corazón como sapo hinchado.
Me quedo con los colores. Con la actitud de galán.

Se parecía a Beto.

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Rodo. Javier. Beto. Tres seres inexistentes. Tres personajes. Tres obras perfectamente escritas, nunca puestas en escena.
¡Qué triste! –creo.

miércoles, mayo 24, 2006

Cosas que se derraman; cosas que fatalmente se derraman.

Tengo una cinta de tristeza larga pegada en la frente.
Es larga y dulce.
Tapa el agujero que me hice cuando olvidé el escalón que había antes de entrar a la casa,
Cuando me froté la frente con un borrador tratando de acallar la mente,
Cuando me estrellé con la esquina del mesabanco y me quedé ciega.

Una vez, un señor con cara plateada y bigote rojo pronunció mi nombre y yo me acerqué. Llovía.
Entonces él dijo. “Llévate esta cinta para que no se te derramen” y señaló sobre el agua el color de mis recuerdos como si fueran aceite.
Me arrodillé para verlos. Había una casa, un reclamo con mil voces, dos ojos de un maestro verde. Y me horroricé tanto que tuve que desconocerlos y enjuagarme la cara. Después me pequé la cinta para que el líquido no fluyera. Recordé a dos amigos, recordé una sonata, recordé mi alcancía de gato, recordé una carta, recordé un cereal sabor alacena.

Cinta en la frente. Tristeza sobre la herida. Cinta en los ojos. No quiero llorar.

Porque si me secara ¿qué iba a ser de mi?


Son las garras del recuerdo: la nostalgia.

sábado, mayo 20, 2006

Y sólo tengo un cuento y un chocolate.

Desde que llegué a Tampico tengo ganas de hacer cosas como escuchar jazz en el carro de Beto. Quiero gritar ¡ahuia! con Ale. Quiero glosar a los conquistadores y los cronistas de indias. Reírme de los maestros al hablar. Quiero incendiar las matas de mi jefa. Quiero reunirme a trabajar sobre el libro. Tomarme un café en macondo. Salir los martes del cine club y discutir la película. Quiero burlarme del acosador Alexis. Quiero reírme de los personajes en las piezas teatrales que dicen “muerto soy” Quiero ver a la sendicstina. Quiero volver a presentar el examen oral de literatura medieval Española. Quiero leer en voz alta algún cuento nuevo. Quiero compartir una ensalada con Marce. Quiero comerme un chocolate. Quiero ver una película con Beto y con Ale y con la lluvia en la ventana. Quiero estudiar para el examen de Octavio en los sillones de Ray. Quiero jugar maratón con Nacho. Quiero ir a casa de Ever. Quiero andar y andar sobre las calles empedradas de Cholula.

Y de todo esto, sólo puedo leer un cuento y comerme un chocolate.

Ya quiero regresar.

Una dosis de tragedia.

Ahí va Hemón. Ahí va Melibea. Ahí va Romeo.

Todo mundo se suicida.

Llegaste tú. Con los ojos llenos de teatro. Con el alma de cristales rojos y fríos rayándote la razón.

Dijiste: “Si muere ella, muero yo. Si no puedo estar con ella aquí, tal vez en otro lado después de la muerte”

Diste mil vueltas como bufón descarriado. Gritaste cosas incomprensibles. Reclamaste tu pequeña porción de paraíso de la que habló Paz. Y eso que no has leído a Paz, ni a Rojas, ni a Shakespeare. Después quedaste enfrente de mi puerta, hecho una plasta gelatinosa, arrancándote los cabellos. Pero estabas en otro idioma y yo no pude comprenderte.

“Perdí todo por ella. Si la pierdo a ella, entonces ya no hay nada”

Cerré la puerta y los perros vinieron a lamer el piso.

Somos seres trágicos, patéticos. Necesitamos la angustia para sentir que estamos vivos. Y si no hay angustia alguna, tenemos a Shakespeare. Para eso está.

Tal vez te falte leerlos: harías menos tragedias.

viernes, mayo 12, 2006

Los inicios.

Hace tiempo dijiste que querías ser escritora. ¿Te acuerdas? Estabas en el baño con los shorts hasta las rodillas y reflexionabas sobre la Fuerza de Sheccid –¡así de pequeña estabas!– dijiste “Quiero ser escritora” y en seguida quisiste romper tu cabeza contra la esquina del lavabo porque sabias que no lo ibas a poder olvidar. Después, saliste del baño y encontraste un montón de manuscritos, de historias, de poemas que reconociste como trabajo de escritor. No estabas conciente de que lo era. Dijiste ¡Aquí hay escritora! y entonces saliste al mundo con esa bandera pegada en la frente para que te escupieran.

Hace tiempo dijiste que querías estudiar literatura. ¿Te acuerdas? Te metiste al salón de clase y quisiste romperte la cabeza con la esquina de un mesabanco. Después, saliste y no había manuscritos, no había historias, no había nada.

Hace mucho que no haces lo que deberías hacer para ser quien quisieras.

Y eso que ahora lo deseas concientemente.

sábado, mayo 06, 2006

El descenso del gato

Mi neuronas eran una jaula. El alfabeto se reconocería. No sé bien por qué pero una vez me pusieron un gato en frente y me lo comí. Lo recuerdo. Estábamos de viaje por el camino al infinito y mi hermana sacó un durazno. Como yo no tenía frutas, me comí al gato. Lo mastiqué, lo sentí trepar por el cuello, lo escuché asentarse en mi cabeza. Todos se dieron cuenta y quisieron regresar. Al llegar a casa, mi mamá agarró una sombrilla para sacarlo por la garganta. No pudo: se sentó en el piso a llorar con la sombrilla abierta. Ese día el aprendió a maullar y al día siguiente volvió a hacerlo porque se atravesó un ave. Yo había cambiado de cuidad, de familia y de ojos; pero el gato seguía ahí. Condenó al ave con sólo verla y maulló como sombrilla y rayó mis ojos con sus garras. Temí quedarme ciega. Corrí en dirección contraria pero el ave pero parecía estar en todos los sitios a un mismo tiempo. Cuando soñaba, oía gritos lejanos con su nombre y al despertar yo estaba ronca y seguía diciendo su nombre como en un susurro. Así amanecía siempre: su nombre en la boca, las garras en mis ojos, la bola de pelos en la garganta. Una vez pensé que el gato había sangrado mis ojos. Sentí un descenso tibio y me sorprendí cuando, frente al espejo, ví mis mejillas secas. Todo cada vez se hacía más difícil. Las garras habían roto las redes neuronales. Sólo me quedó escribir para tratar de enjaularlo.

Ayer el gato cayó al pecho como un puñado de arena. Se fue desgastando poquito a poquito con el simple vuelo de las ideas. Vidrio aterciopelado descendió y todo junto volvió a ser gato. Se acariciaba contra las paredes del tórax. Cuando por segunda vez vió al ave con su cola de mil soles, quiso ir tras ella. Yo intenté quedarme quieta, pero su impulso me hizo caer hacia delante. Al quedar con la boca tan cerca del piso el gato echó a andar. Apreté los labios para que no escapara y él me miró desde arriba. Mis manos temblaban. Me levanté rápidamente –el gato con la nariz entre mis labios– y me lo tragué. Entonces miré al ave y se desintegró en luciérnagas. El gato calló al pecho y yo caí de rodillas. Entre sollozos se escapaban los maullidos.

Como si quisiera ahogarse, el ave se tragó media docena de borrachos. Me sujetó del cuello pero grité y se alejó. “No le hagas caso” dije. El gato dolía como destellos calientes. El ave rompió una botella y yo lo sujeté antes de que se fuera al piso. Durante la noche, había volado siete veces, así que lo amarré de una pata con un hilo a la mesa. Sus calcetines estaban mojados y se los quité. Al momento siguiente, yo lo estaba devorando. Su piel blanda y escalpada. Sus ojos de luz y niebla. Su vuelo de darse topes contra mi boca otra vez y otra y otra queriendo sacar algún monstruo que se lo comiera, como si mis labios fueran un sombrero. El gato estaba muy lejos de mis labios: estaba en mi vientre. Rasgaste la falda con un grito de vértigo. Traías conquistados mil cielos; traías conquistados los laberintos sonoros de las cúspides; traías conquistados los ríos de leche que sembrabas. El gato quedó ahogado y tú como corneja moribunda. Abandoné el lugar. Tú te quedaste riendo debajo de la mesa.

Murió el gato y lo vistió una capa de larvas. Los órganos se le reventaron. Mi vientre comenzó a hincharse. Mi madre tomó un cuchillo y unas pinzas para intentar sacarlo de entre mis piernas. Fue la segunda vez que me fui de casa. “Ojala parieras ratones” grito. Retomé la calle dorada que lleva al infinito pero a la mitad del camino nació el gato y tuve que regresara a quemarle las alas. No me gustó. Tenía la voz pequeña y los pies arrugados. En mi casa no había nadie. Sólo encontré la sombrilla negra, el corazón del durazno y un manuscrito sin final. Decidí terminarlo para no dejar abierta la jaula. Después, lo mandé por correo. La dirección del bar y el ave debajo de la mesa como destinatario. Eché al gato al horno y salí con la carta entre los dedos. Quería recorrer la segunda mitad del camino al infinito.

jueves, mayo 04, 2006

una lista arrugada.

Mi pecho es la flor seca de un cactus.
Y si lo desgarran con muertes no sangra:
se queda mirando como perro que no comprende.


Hoy, reiste muy fuerte y en el fondo de tu boca ví un papel.
Metí la mano a tu boca. Saqué la lista.

Numero uno, punto y guión, mariel para quererte
y admirarte y escribirte.
Y número dos,
Y número tres,
Y

Fuiste haciendo listas como si citaras literatura rusa.

Pero fueron crueles como listas de judios. Nos mataste por masas.
Y despues te suicidaste sobre los cadaveres.

Niño escritor, asi de solo estás.
así de solo.