domingo, febrero 01, 2009

Cuando los objetos emanan su condición de objeto y no estás

El techo, la pared, la ventana, el techo, una respiración ajena a mí misma, el equilibrio de la noche debilitada como una ola que regresa, los ojos abiertos ante la noche descorrida, amplia como una ventana. Volverían los objetos, junto con la noche, desenvolviéndose fuera de sí mismos, llenos de ruido y espuma, precisándose cada vez más: el techo, la pared, la ventana, y luego, la luz amarilla que resume mis manos en el recuerdo próximo a un olor, el borde de la cobija azul, la pared, el techo, mi boca abierta en un gesto de pez todavía vivo, atónito: alguien, en algún lado, estaría diciendo mi nombre que caerá en la calle la gravedad de una pesadilla inacabada. Mi cuerpo suspendido entre su búsqueda y el tiempo, dos fuerzas en sentido contrario que anulan cualquier movimiento, el momento en que el columpio se detiene en el aire, la noche con los objetos emergiendo, la cadencia de la nada intermitente, el movimiento de los labios en su balbuceo sin sonido, la almohada, la mesa de noche, el techo, la pared, la ventana y el silencio interrogante que no termina de formular.