miércoles, septiembre 27, 2006

Claridad

Sin descubrir lo claro,
en el reloj, la nuez,
el relámpago.
Sin descubrir todavía,
sin que el alba y el fuego
muestren
el hilo de fatal reclamo.
Aún busco en las orillas del sueño
tu palpitar remoto y claro
que rasgue las piernas un grito
y que al despertar
caiga muerto como pájaro.
Aliento claro en la ventana
y en la alcoba
dedos de sol almidonado.
Temo la claridad del día
temo el reloj, la nuez,
el relámpago.

lunes, septiembre 25, 2006

Novela alegórica en dos capítulos

Capitulo I

“¡Dios! ¡El reino de Dios! ¡Muéstreseme como los laberintos del grano de mostaza! ¡Tiende un puente entre mi sueño y el paraíso! ¡Quiero despertar con la flor en la mano!”


Capitulo II y último

1. Al despertar, la habitación estaba completamente iluminada y vacía. Sólo quedaban los cuatro muros, el techo, la cama, el escritorio y su silla. Todo era blanco y no había piso. Me senté al borde de la cama a esperar a que el guía llegara.

2. Me puse de pie sobre una superficie fría que se escapaba a los ojos de la carne. Caminé hacia el escritorio y saqué del cajón una llave transparente. Me senté en la silla a esperar a que el guía llegara.

3. Caminé hacia el pasillo que me llevaría a la otra habitación. “Debe haber dos guardianes que me cuestionarán, pues esa puerta siempre está cerrada” Al fin del pasillo, no había guardianes ni puerta: era un hueco que daba hacia otro espacio blanco. “Probablemente sea la Pureza” pensé. Entré pero no había muros, ni Pureza, ni tronos de mármol, ni coronas; sólo un blanco infinito y la superficie fría bajo los pies descalzos. Quise regresar pero ya no había hueco, ni pasillo. Entonces recordé la llave. La tomé entre mis dedos y la saqué del bolsillo. Me la acerqué al pecho para abrirlo. “Aquí puede haber guía” pensé. Cayó rebotando varias veces. No pude encontrarla.

lunes, septiembre 18, 2006

Nacimiento

Debajo del lodo
una caja de madera
con umbilicales
y cordones
Debajo de las uñas
hay quirófanos
donde paren
gritos con
patitas diminutas
Y suero que escupe
y se cuela
Debajo
de estratos y líneas
debajo
¡Nacer, Nacer, Nacer!

lunes, septiembre 11, 2006

Sábado, 12 de Agosto de 2006

Hola niño del bien.

Estoy en un hotel en Poza Rica. Huele a café. Está padre. Hoy sería una noche como para salirnos a la terracita (a mi izquierda) y platicar de cosas. No sé, tal vez de la gente. Me acuerdo de la película que me prestaste, es de mis favoritas. Me enamoré del personaje, yo también me casaba con él cómo la antropóloga. Y las estrellas. Acabo de escribir algo de las estrellas. Es como si viéramos un cromo sobrepuesto de la realidad porque quién sabe si las estrellas sean así o todavía estén. Ser y estar y no sé cual es la diferencia, Eric, es difícil. Me gustaría escuchar a Rachmaninoff porque quiero acordarme cómo me emocioné con los conciertos de David Helfgott. La música guarda sensaciones. Ahora estoy escuchando jazz y suena bien bonito con la luz tenue y el café. Fui a la casa de mi prima y me quedé triste. Tengo miedo. Ella tiene una casa toda bonita y una hija toda bonita y un esposo, no tan bonito pero que se ríe y eso a veces es suficiente. Tiene un trabajo donde gana dinero y a veces me preocupa porque me acuerdo de una pintora que conocí en Nueva York y ví su departamento y estaba chiquito y llenos de cuadro. Sonreía, Eric, te juro que si, pero parecía no ser suficiente. Y parece que yo podría ser así. Yo podría tener un departamento lleno de libros y cafés y gatos. Pero tengo miedo de (¡ay, me dieron escalofríos!) de quedarme en el hubiera. Ende está padre. Tengo cuentos y libros y no sé si me baste. Porque tal vez luego no lo quiero. Quiero agarrar mi cuaderno y lanzarlo a las líneas del metro para que se haga pedacitos como muchas veces quise. En Montreal me costó mucho trabajo hacer amigos, muchísimo. Lucía llegó y ya era amiga de todo mundo. Y me hace sentirme pequeña. Hoy fue a mi casa y le leí un cuento donde un niño lloraba mientras se tomaba un vaso de leche. No se conmovió ni nada. No le impresionó nada y a veces pienso que la gente –¡Eric, la gente!– puede vivir sin la literatura, sin la filosofía. Que las traen implícitas, y esos seres que andan con plumas y cerebros tal vez están demás. Pero son siempre las dudas que me entran ahora, que todo está tan bien, con el olor y la música. Puedo jurar que la música que estoy escuchando (“I’m in the mood for love”) la pasaron en la película de Dumbo. Pero me preguntaba Eric, si la pasión basta. Parece que no. Quiero cosas materiales a las cuales aferrarme y sentirme poco más cerca del mundo. Las personas, la gente, los necesito, los quiero. Como ahora que todos duermen, no hay celular, teléfono, internet, ni amigo a lado a quién leerle la carta, sólo la hoja en blanco y yo que escribo para decirte que me da miedo quedarme con la hoja en blanco. Hay una terraza afuera, me gusta el hotel y la luz. Y me gustaría estar hablando contigo, Eric, porque la gente... la gente duerme.

sábado, septiembre 09, 2006

De cómo atarse al mundo

Cuando le doy el dedo a mi sobrina de cuatro meses, ella lo agarra. Me pregunto si existirá el preconocimiento. Claro, la supervivencia. Hay que aferrarse a algo. Al dedo de la tia. Asi. Aferrarse como los personajes de Michael Ende. Aferrarse a la religión, al ideal, al material, a la existencia. Olvidar que vamos cayendo, cayendo, cayendo y hay que, como las gotas de Julio Cortázar, aferrarse con los dientes. Una vez vi un barco con dientes. Yo creo que los marineros creen en otra cosa porque nunca he podido morder el agua. Cuando leía a Hemingway, tuve que buscar mucho la palabra podrido en el diccionario y no la memoricé. En el diccionario están las palabras. Qué suerte. Patitas de araña. Todos tenemos nuestras patitas de araña, nuestras pestañas de “peque aquí” y no se suelte, dicen los barcos. Y no se suelte, dicen los religiosos. Pero andamos como ateos sin mapa. Miramos las estrellas. Una vez me quedé acostada sobre la arena húmeda. No traía traje de baño y eran las cuatro de la mañana. Recordé que cuando había tenído la oportunidad, no había saltado y corrido y gritado. Hací que comencé a dar vuetas y me tiré al agua fría y me congelé y la mordí. Miré bocarriba las estrellas con el temor de que el agua subiera y se colara entre la falta, entre el cabello. Pensé entonces que las estrellas eran hermosas, pero que eran fatuas. Que la verdadera realidad estaba ahí, ahora, que la ola venía y me arrastraba y me violaba con su carga de arena sucia y pesada y blanca. Era lo que quería porque no tenía por preocuparme de gritar y saltar si acaso alguien.... o si no... o si piensa que... o si se ve que... ¿Quien miraba? Nadie. Sólo las estrellas. Y eran tan efímeras y fatuas que se me diluyeron en los años luz y me quedé con la ola. Sin religión, sin mapa, pero con la ola. Entonces alquien me dijo “Oye, poeta, en qué estás pensando” Y describí las olas como mamíferos negros, describí las olas como encajes, como corrientes, comoformas. Es mi manera de atarme al mundo, querer llegar a lo numénico, querer apropiarme la cosa, la cosa. Ahi está la cosa, ahi está el mundo y ahi estoy yo (sobre la arena humeda y apretando los dientes) ingenuamente aferrada a él.

domingo, septiembre 03, 2006

La expulsión de Faras

“Es un mendigo.” Lo diría cualquiera que te hubiera visto entrar a la iglesia. ¿Qué pasó con tus cabellos de sol que ondea, con tus túnicas de nube? Quedan jirones que te cubren el cuerpo forrado de humedad, mugre y orines. Te duele la joroba con la osamenta retorcida de tus alas. Te duele más imaginarte. Entras a la iglesia sin zapatos, sin asombros para contemplar las imágenes. No sabes por qué quieres contemplar las imágenes: la mirada de la virgen pulcrísima, los ángeles de alas extendidas y pies ligeros, rostro de cera de los santos, las telas de oro que les visten. En otro tiempo fuiste –lo sabes, lo has sabido siempre– parte de tal paraíso. “¿Por qué Dios, en vez de expulsarme al infierno me condenaste a la tierra?”

Una vez más, recuerdas el episodio de tu expulsión. Primero, Faras en los jardines del Edén; Faras hablando con su hermano Jehudiel bajo el Árbol de la Ciencia; Faras tentado por la ambición y condenado; Faras presentado frente a Dios. “Eres tan miserable como los humanos” Las alas que abultaron debajo de tu espalda, las cadenas de piel con las que te ataron el cuerpo, la espada de fuego con la que te cortaron la lengua. Y ahora Faras como cualquier otro; ahora parado en medio de la iglesia clavando sus uñas en las mejillas en un ataque de desesperación. El inacceso.

La impotencia te invade y llena tus miembros de una fuerza que no puedes disipar. Quieres liberar de un destello tus alas, volar al Edén y demacrar la cara del Dios que te hizo mendigo. Gritas cuando tus alas comienzan a romperte la piel. Al buscar una ventana para salir e iniciar el retorno, localizas un vitral sobre el altar mayor. Sangre desciende por tu espalda como fuego líquido. Sangre salpica los entrelazados de oro y la talavera. No te importa. Quieres oír el vitral rompiéndose, la velocidad con la que atraviesas el éter, el grito de Dios destruido. No oyes nada. Sólo el silencio que deja el desplome de tu cuerpo exangüe que arrastró el peso de una osamenta inútil. Cuerpo de músculos flojos y puños abiertos desangrándose sobre el suelo de barro. Estás muriendo. Todo se oscurece y te llenas de sonidos: coro celeste, las discusiones en el ágora, las risa de los arcángeles al contemplar tu condición, reclamo de Jehudiel al verte tirado y muerto en medio de la iglesia. Ahí, casi muerto, en medio de la iglesia.

Los pasos de los guardias a penas se hacen audibles. Sientes que te sujetan las alas y te arrastran por el suelo. En un último intento, abres los ojos y te encuentras con la mirada de la virgen ensangrentada. Te abandonas. No logras escuchar las exclamaciones de aquellos que con asco y asombro te miran. No logras escuchar las quejas del intendente al ver el rastro rojo que tendrá que limpiar, ni el ruido sordo de tu cuerpo depositado en un contenedor de basura. No es necesario: expulsado de la divinidad, encarcelado en el mundo. Lo sabes, lo has sabido siempre.