martes, junio 05, 2007

Marinera en Puebla

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
-Rafael Alberti,
de Marinero en Tierra



I
La frente atenazada por la sal y los recuerdos. ¿Por qué me trajiste aquí, a este caracol de yeso que no devuelve ningún sonido, ninguna imagen? En el aire calcinado por el granizo, busco sin encontrar la sal que dentro de mis huesos exige volver. ¿Por qué me trajiste? Dibujar puentes de saliva en las ventanas sucias, podría construir un café para charlar los martes, podría sembrar mi pierna izquierda en el zócalo de San Andrés y tirarme bajo ella, como antes debajo de los mangos. ¿Por qué me desenterraste? No reconozco las aves, las habitaciones, los nombres, los cuerpos (mi pierna creciendo como árbol). Gotas saladas en la ventana sucia. ¿Llueve? ¿Por qué me trajiste? No llores, mira el árbol. Mi pierna me cubre con sus hojas: hospitales, casas, catedral, heladerías y hojas y hojas que siguen, mangos, aves, piñas, sal, noches, noche que lloro y llueve con un montón de imágenes que tienen una única respuesta: El mar, La mar, El mar. ¡Sólo la mar!

II
En las heladerías, el mar gotea de los mangos mientras el puerto bulle y revienta en insectos que se esconden debajo del colchón –hace mucho calor, quítate la ropa y sube aquí conmigo. La marejada palpitante de las calles me arrastra, agua dulce, ejército, colón. Adoquines como caballones, músicos creciendo: ¿coopera para la marimba? Adoquines se rompen cuando los transeúntes pasean recordando su infancia, rodillas sucias, barda, pelota, vecina mirando, vecina enfadada: ¡Por el amor de Dios! ¿Quién va a pagar el vidrio?, ¿quién los adoquines? Ando entre colillas, periódicos, servilletas, buscando los pedazos de mi cuerpo que me vuelven a mí como el ritmo de una canción olvidada. ¿Coopera para la marimba? Ya no recuerdo qué me trajo aquí ni sé quién debo ser. Puerto de alumbrado público o muelles con amarras o tendederos con la ropa de los hombres que a las seis de la tarde alimentan a las palomas, con el lomo abigarrado por los años. El estadio, divisoria, niños héroes, exija su boleto. Caminos cerrados, anuncios cerrados, calles y ojos que se abren justo en el momento en que se pasa frente al café de los martes donde gotean los mangos y donde dos aspas azules y macilentas luchan contra el calor. Bajo del autobús, entro al café. No hay nadie, no soy nadie, las paredes no me reconocen, ¿en qué momento debí cerrar la puerta?

III
En sueños, la marejada me tira del corazón. No entiendo a dónde se lo quisiera llevar.

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