jueves, septiembre 13, 2007

Fotografía

–¿Podrías moverte un poco más?
–¿Así?
–Un poco más.
–¿Y ahora?
–Ahí.
Yulia buscó debajo de su blusa el dije de libélula que funcionaba como llave para su reflex. El aire no se movía y a las gotas de lluvia lo apartaban con esfuerzo para precipitarse sobre los tejados. Adentro, los cabellos de Azulejo brillaban con un resplandor triste.
–Con la luz así me sabes como a canela.
Azulejo no respondió. Pensaba en la portada de una revista de autos que había visto en el camino. Yulia apartó la baba amarilla que brotaba de su cabeza en delgados hilos. Descubrió el lente, abrió el diafragma, dijo dos palabras en ruso y enfocó.
–Azulejo, la corbata.
–Me da miedo tocarla, hazlo tú.
En el alféizar de la ventana había un alebrije con cabeza de dragón. La lluvia seguía. El olor del chai se confundía con las luces navideñas que colgaban del marco de la ventana.
–Esto es una basura.
Noche de paz había estado sonando con un sonido lánguido y descompuesto la última semana pero ninguno de los dos se había dado cuenta.
–Es que es imposible retratarte, poseerte de alguna manera, Azulejo, es eso, porque no eres tú, a veces eres mi hijo o mi padre o un carpintero o un músico de esos bares del centro de la cuidad o un ave. Un ave con plumas como de cera, sí.
–La cámara, Yulia, con cuidado.
–Yo sé que tú me has dicho que quizá somos un charco en la calle, una servilleta, un recibo de luz pero tú eres demasiado al mismo tiempo. Yo pocas veces despierto con la certeza de que sido una de esas alfombras debajo de los tronos de los reyes árabes o de que soy un caracol. ¿A ti no te parece que tengo algo de caracol? ¿Azulejo? ¡Azulejo!
–A veces.
–¿Y si fuera un caracol, Azulejo, y si lo fuera?
–Entonces yo sería un ave. Demonios, esta corbata.
–Déjame ayudarte
Yulia le tocó la cara, escamas transparentes cayeron sobre las sábanas rosas. Yulia se escurrió lentamente hasta quedar con la frente en las rodillas, con los puños cerrados frente a ellas y el cabello cubriéndole los brazos.
–No llores Yulia.
Había dejado de llover. Azulejo llevó a Yulia a la sala, la recostó en un tapete con diseño geométrico y se arrancó dos pedazos de tela para cubrirle los ojos. Fue a la ventana y la abrió. Antes de salir escuchó a Yulia maldecir por haber disparado la cámara sin querer. Volvió a la sala y la vio envuelta en el tapete y temblando.
–Siempre has sido muy torpe para esto.
–Yo sé Azulejo, yo sé, pero cierra la ventana y quédate conmigo. Mañana lo intentaremos otra vez.

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