viernes, mayo 04, 2007

Conversación con un taxista

It’s still the same old story
A fight for love and glory
A case of do or die
-Herman Hupfeld en "as time goes by"

Cuando iba a mi casa para vacaciones de semana santa, el taxista que me llevó a la capu me preguntó de dónde era. Un hombre de unos 60 años, con el cuerpo grueso y cansado, que hablaba arrastrando las palabras como si las midiera y que despegaba a veces las manos del volante para limpiarlas en su pantalón. Se entusiasmó cuando le dije que era de Tampico.

“Mi primera novia era de allá”

La primera novia. Cuando él tenía 18 años y había dejado la secundaria y vivía en México. No me dijo su nombre pero me dijo que era de Tampico y que ella siempre había querido regresar. Le contaba de los parques, de la laguna, le hablaba de calles y colonias. El taxista me las enumeraba todas sólo para que yo las reconociera y dijera “Ah si” o “Yo he estado ahí” o “he leído esa ruta en algún autobús” Y aunque yo no reconocí un solo nombre porque estoy segura de que esos lugares ya no existen, no sé por qué, algo en su voz y en su historia, me obligaba a mentir como una forma de piedad o de respeto.

“Ella me dijo que regresara a la secundaria y yo regresé, nomás por que ella me había dicho, imagínese señorita”

Conforme narraba, a mí se me fue olvidando que yo era una persona mayor que había dejado atrás la historia boba e infantil de mi exnovio. Cuando lo conocí en Acámbaro y él entrenaba taekwondo y yo entrenaba taekwondo. Después de ese viaje, él fue a Tampico y tocó la puerta de mi casa. Yo traía unos pants verdes y una camiseta del equipo representativo que utilizaba para dormir y abrí la puerta. Él era de San Luis y siempre me invitó a ir para allá.
Yo quería decirle al taxista que él era de San Luis y yo nunca había ido allá.

“Y ella tenía lágrimas en los ojos cuando me dijo que ya, que teníamos que terminar porque su madre decía que ya había arreglado las cosas con otro, un amigo de la familia...

Pero me detuve y no conté la historia de Javier porque cuando terminamos, me dije mil veces que esa historia nunca había sido y que no valía ya la pena recordarla, que era necesario que se dejara de creer en eso que había sido cuando yo era una niña de dieciséis años. Era mejor no interrumpir con esta historia porque lo que me contaba el taxista tenía mucho más fundamentos, era mucho más real... aunque fuera la misma historia y yo estuviera impresionada.

Entonces el taxista comenzó a trabajar en Puebla y a veces iba al Df, por eso no estuvo en el temblor del 85. Ahora que escribo y me pongo a contar me doy cuenta de que no pudieron haber pasado menos de 20 años desde que terminaron hasta que él regresó a su casa a buscarla y no encontró más que escombros.

“Yo nomás espero que ella se haya ido a Tampico antes del terremoto, porque mire señorita que de su casa no quedó nada, pero nada.”

Y volvía a nombrar las calles, las plazas, las colonias. Llegamos a la capu y antes de bajar me dijo que algún día tenía que ir a Tampico para ver la laguna y esas calles. Yo le dije que seguramente le gustaría. Le di las gracias, le pregunté su nombre y me bajé. Compré mi boleto y me subí al autobús. Pensé en las razones. Ir a Tampico para ver si ella volvió. Ir a Tampico porque ella siempre quiso volver. Ir a Tampico a leer el nombre de las calles y los parques y las plazas que ella dijo y hacerla de alguna manera más real, de comprobar que existió. Después traté de recordar el nombre del taxista pero ya se me había olvidado.

Cuatro años, cuarenta años, no importa: tal vez algún día me olvide de que soy tan mayor y tan grave y platicando con alguien de San Luis me atreva a decir que tengo ganas de ir porque de allá era mi exnovio.
Tal vez algún día.

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