sábado, mayo 06, 2006

El descenso del gato

Mi neuronas eran una jaula. El alfabeto se reconocería. No sé bien por qué pero una vez me pusieron un gato en frente y me lo comí. Lo recuerdo. Estábamos de viaje por el camino al infinito y mi hermana sacó un durazno. Como yo no tenía frutas, me comí al gato. Lo mastiqué, lo sentí trepar por el cuello, lo escuché asentarse en mi cabeza. Todos se dieron cuenta y quisieron regresar. Al llegar a casa, mi mamá agarró una sombrilla para sacarlo por la garganta. No pudo: se sentó en el piso a llorar con la sombrilla abierta. Ese día el aprendió a maullar y al día siguiente volvió a hacerlo porque se atravesó un ave. Yo había cambiado de cuidad, de familia y de ojos; pero el gato seguía ahí. Condenó al ave con sólo verla y maulló como sombrilla y rayó mis ojos con sus garras. Temí quedarme ciega. Corrí en dirección contraria pero el ave pero parecía estar en todos los sitios a un mismo tiempo. Cuando soñaba, oía gritos lejanos con su nombre y al despertar yo estaba ronca y seguía diciendo su nombre como en un susurro. Así amanecía siempre: su nombre en la boca, las garras en mis ojos, la bola de pelos en la garganta. Una vez pensé que el gato había sangrado mis ojos. Sentí un descenso tibio y me sorprendí cuando, frente al espejo, ví mis mejillas secas. Todo cada vez se hacía más difícil. Las garras habían roto las redes neuronales. Sólo me quedó escribir para tratar de enjaularlo.

Ayer el gato cayó al pecho como un puñado de arena. Se fue desgastando poquito a poquito con el simple vuelo de las ideas. Vidrio aterciopelado descendió y todo junto volvió a ser gato. Se acariciaba contra las paredes del tórax. Cuando por segunda vez vió al ave con su cola de mil soles, quiso ir tras ella. Yo intenté quedarme quieta, pero su impulso me hizo caer hacia delante. Al quedar con la boca tan cerca del piso el gato echó a andar. Apreté los labios para que no escapara y él me miró desde arriba. Mis manos temblaban. Me levanté rápidamente –el gato con la nariz entre mis labios– y me lo tragué. Entonces miré al ave y se desintegró en luciérnagas. El gato calló al pecho y yo caí de rodillas. Entre sollozos se escapaban los maullidos.

Como si quisiera ahogarse, el ave se tragó media docena de borrachos. Me sujetó del cuello pero grité y se alejó. “No le hagas caso” dije. El gato dolía como destellos calientes. El ave rompió una botella y yo lo sujeté antes de que se fuera al piso. Durante la noche, había volado siete veces, así que lo amarré de una pata con un hilo a la mesa. Sus calcetines estaban mojados y se los quité. Al momento siguiente, yo lo estaba devorando. Su piel blanda y escalpada. Sus ojos de luz y niebla. Su vuelo de darse topes contra mi boca otra vez y otra y otra queriendo sacar algún monstruo que se lo comiera, como si mis labios fueran un sombrero. El gato estaba muy lejos de mis labios: estaba en mi vientre. Rasgaste la falda con un grito de vértigo. Traías conquistados mil cielos; traías conquistados los laberintos sonoros de las cúspides; traías conquistados los ríos de leche que sembrabas. El gato quedó ahogado y tú como corneja moribunda. Abandoné el lugar. Tú te quedaste riendo debajo de la mesa.

Murió el gato y lo vistió una capa de larvas. Los órganos se le reventaron. Mi vientre comenzó a hincharse. Mi madre tomó un cuchillo y unas pinzas para intentar sacarlo de entre mis piernas. Fue la segunda vez que me fui de casa. “Ojala parieras ratones” grito. Retomé la calle dorada que lleva al infinito pero a la mitad del camino nació el gato y tuve que regresara a quemarle las alas. No me gustó. Tenía la voz pequeña y los pies arrugados. En mi casa no había nadie. Sólo encontré la sombrilla negra, el corazón del durazno y un manuscrito sin final. Decidí terminarlo para no dejar abierta la jaula. Después, lo mandé por correo. La dirección del bar y el ave debajo de la mesa como destinatario. Eché al gato al horno y salí con la carta entre los dedos. Quería recorrer la segunda mitad del camino al infinito.

2 comentarios:

Lic Rafael Lu dijo...

Sin decir nada, decimos mucho, solo extrañar es la cadena que nos une a nuestro pasado.

Ictericia dijo...

el gato y el niño coyote y el niño pájaro. Todos descienden... se ha muerto el niño.