sábado, mayo 20, 2006

Una dosis de tragedia.

Ahí va Hemón. Ahí va Melibea. Ahí va Romeo.

Todo mundo se suicida.

Llegaste tú. Con los ojos llenos de teatro. Con el alma de cristales rojos y fríos rayándote la razón.

Dijiste: “Si muere ella, muero yo. Si no puedo estar con ella aquí, tal vez en otro lado después de la muerte”

Diste mil vueltas como bufón descarriado. Gritaste cosas incomprensibles. Reclamaste tu pequeña porción de paraíso de la que habló Paz. Y eso que no has leído a Paz, ni a Rojas, ni a Shakespeare. Después quedaste enfrente de mi puerta, hecho una plasta gelatinosa, arrancándote los cabellos. Pero estabas en otro idioma y yo no pude comprenderte.

“Perdí todo por ella. Si la pierdo a ella, entonces ya no hay nada”

Cerré la puerta y los perros vinieron a lamer el piso.

Somos seres trágicos, patéticos. Necesitamos la angustia para sentir que estamos vivos. Y si no hay angustia alguna, tenemos a Shakespeare. Para eso está.

Tal vez te falte leerlos: harías menos tragedias.

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